miércoles, 8 de junio de 2022

6) Mont Saint Michel y Dinan: donde Normandía se encuentra con Bretaña

La abadía impone a los visitantes

Ir al Mont Saint Michel no es cualquiera cosa y precisa un mínimo de planificación. Dos de los cuatro viajeros ya habían estado en este especialísimo complejo religioso y sabían de qué iba la cosa. Además, Guillermo y Philipe nos dieron algunas claves en los días de estancia en Rennes. Por ello aparecimos por allí un martes posterior a un día festivo y muy a primera hora. Aún así, no estábamos precisamente solos. Nuevamente, después de visitar Saint Malo, estábamos en Normandía, aunque ese mismo día volveríamos a dormir, ya en Dinan, en Bretaña.

Cola para coger la lanzadera.

El sistema de visita está muy organizado: hay dispuestos casi una docena de estacilas autocaravanas. El precio es fijo por 24 horas, lo que te permite quedarte allí mismo a dormir. Después se accede mediante lanzaderas, navettes, que llegan hasta las puertas de las murallas; si se prefiere ir andando, más o menos kilómetro y medio.


Los autobuses van y vienen, y a las diez de la mañana tuvimos una espera de alrededor de media hora. Más tarde la cosa sería más complicada.

Mont Saint Michel es una abadía rodeada de un pequeño pueblo construido sobre una roca en un enorme arenal. Queda rodeada de agua con la marea alta y cuando baja es un mar de arena hasta donde alcanza la vista, y ahí radica su magia. No obstante, la situación ha cambiado con el paso de los siglos, los sedimentos y la mano del hombre: cada vez hay más arena y menos agua.


La visita a la abadía implica acceder a la población y empezar a subir una empinada calle hasta llegar al majestuoso y enorme templo.


Las casas son tiendas de recuerdos, restaurantes, hoteles y negocios similares, que atienden y dan servicio a los 3,2 millones de personas que visitan cada año el recinto (unos 20.000 diarios en verano). Después de París es el lugar más visitado de Francia. 


Al llegar a la abadía, temprano, un día laborable cualquiera y con poca gente, ya es preciso hacer cola. Siempre es temporada alta en el Mont Saint Michel. 


Abonado el importe de la entrada y armados con nuestras audio guías en castellano (imprescindibles para entender lo que es Saint Michel) empezó una larga e interesante visita.

A la izquierda de esta foto, en la escalera de acceso a la Iglesia, se ve una de las monjas que habitan en la Abadía.

La abadía está en la cresta del peñasco y en su interior hay diferentes niveles, con lo que la subida constante de escalones es obligada.

Imagen expuesta en la abadía de una procesión en su interior 


Desde arriba y a vista de pájaro sobre la carretera de acceso, en la que no se permiten vehículos privados, se empieza a entender su configuración única en el estuario del río Couesnon. Durante siglos solo era accesible desde tierra con marea baja (limitación que ha resuelto esta carretera) y por vía marítima con marea alta.


Y si la mirada se dirige al mar abierto, la sensación de irrealidad es todavía mayor. Las mareas espectaculares de la bahía, 14,5 metros dos veces al día, contribuyeron a hacer del monte una fortaleza inexpugnable.


Como su nombre indica, la abadía está dedicada al árcangel San Miguel. Monumento histórico desde 1862, el conjunto está declarado Gran Sitio de Francia y desde 1979 figura en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.

Coro gótico de la abadía


El claustro se ubica dentro del edificio de la Abadía conocido como La Maravilla, del siglo XIII, estructurado en tres niveles que alcanza los 35 metros de altura sostenida por 16 enormes contrafuertes. Inicialmente de estilo románico, la abadía sufrió daños y fue reconstruida en estilo gótico flamígero.


Hay numerosas ventanas y miradores que permiten extasiarse ante el panorama del mar de arena que la rodea cuando coincide marea baja, como fue nuestro caso.


Y según avanza el día, se observa también como aumentan las colas en la zona de entrada.


Una estatua de San Miguel Árcangel matando al dragón del Apocalipsis corona la iglesia abacial a 170 metros de altura.


El refectorio, en el nivel superior de los tres de La Maravilla, es de una gran amplitud y dotado con ventanas que no se ven más que estando frente a ellas, como se aprecia en la imagen.


La Sala de los Caballeros es considerada el corazón de la abadía, decorada con columnas que forman cuatro pasillos.

No estamos ateniendo llamadas telefónicas: simplemente escuchamos las audio guías


Esta enorme rueda de molino era utilizada para mover unas poleas por las que se subían del exterior, muchos metros por debajo, los suministros en una especie de trineos. La movían seis personas (presos) mientras caminaban en su interior. 


Durante varias horas la recorrimos y nos empapamos de la historia de este conjunto único, que fue abadía, castillo, resistió treinta años los ataques de los ingleses y después de la Revolución Francesa también prisión, hasta que se clausuró a mediados del siglo XIX. Y ahora, a pesar y con permiso de los pocos religiosos y religiosas que viven en su interior, resort turístico de primer orden.


Si ahora impresiona, más todavía saber que sus origenes datan de los siglos VIII y IX, y ya en el siglo X llegan allí los benedictinos, que no la abandonaran hasta 1791 debido a la Revolución Francesa.


Una de sus virtudes es que no te cansas de hacer fotos y todas son diferentes. Eso debían sentir los pintores y escritores románticos (Guy de Maupassant entre ellos) que acudían en el siglo XIX al considerarla un lugar único. 


Tras nuestro recorrido, realizado con calma y con una razonable comodidad al haber evitado una jornada de las muchas en que se encuentra atestada de visitantes, le dijimos adiós desde la lejanía.

DINAN

Dejamos a primera hora de la tarde del parking de la abadía hacia Dinan satisfechos de la visita a Saint Michel y con expectativas de cara a  esta nueva población, que se confirmarían esa misma tarde. 


Dinan es una ciudad más bien pequeña, de unos 12.000 habitantes, pero con mucha historia. Nos instalamos en el camping municipal, que nos pareció un tanto hippy: aunque no haya ningún responsable sobre el terreno la barrera está subida y puedes instalarte donde haya sitio. Después, en el horario de atención a los usuarios, en la oficina regularizas tu presencia. Totalmente novedoso. La instalación esta razonablemente bien y el precio fue el más barato de todo el viaje.

Torre del reloj, uno de los principales monumentos de Dinan

Desde el camping nos fuimos caminando a la villa y de inmediato comprobamos que l historia le sobra. Aparece por todos lados. Como ejemplo esta torre, construida en el siglo XV y de 45 metros de altura. Desde arriba, dicen, se disfrutan unas magníficas vistas de la ciudad. Por supuesto, intentamos visitarla, pero hubo imponderables y tuvimos de dejarlo. Ya contaremos el motivo.


En Dinan, Bretaña, claro, también hay casas de madera, algo que no vimos en Saint Malo, con seguridad porque fue asolada en la guerra.




Callejeamos sin rumbo, a  fin de cuentas es un sitio relativamente pequeño, disfrutando de una ciudad medieval muy bien mantenida. 


Terminamos en una calle empedrada, en fuerte pendiente y que acaba en el puerto, la calle Jerzual. Una de las casas, que fue del gobernador, exhibe en su fachada la fecha de construcción nada menos que en el siglo XIV. 


Es una vía incómoda de pasear por su pendiente, pero encantadora en todo lo demás, incluida la puerta de la muralla, una torre vigía del siglo XIII. En su momento fue el principal acceso al centro.



Una vez en el puerto, nos encontramos con el espectáculo del viejo puente de Léhon, construido en los siglos XV y XVI, pero todavía en uso, y detrás el gigantesco viaducto, que data de 1852. Tiene 290 metros de largo y está a 40 metros de altura, con Dinan a un lado y al otro el municipio de Lanvalay.


Desde el nivel del viaducto se contempla esta vista panorámica del río y el puerto.


En el puerto planificamos el día siguiente, que incluiría de nuevo una excursión fluvial. En el río hay mucha actividad y de hecho es navegable desde aquí hasta la desembocadura del Rance en Saint Malo y por el otro lado hasta Rennes.

El día concluyó con la búsqueda de un restaurante, complicada tarea tras el puente festivo. En el casco urbano uno tras otro estaban cerrados, pero finalmente al lado del viejo puente y con una magnífica vista del río, localizamos abierto Les Terrasses, que fue un acierto: una rica sopa de pescado para quien la quiso, y también salmón ahumado, moules y pescado del día más postres bretones. 

Pescado del día en Les Terrasses

Al igual que por la mañana en la abadía, escuchamos a grupos de españoles, prueba de que estamos en lugares de turismo habitual. Al camping regresamos protegidos por los paraguas. La lluvia por una vez se nos apareció en horario de paseo y el agua acentuaba todavía más la belleza de Dinan.

El día siguiente empezamos visitando la oficina de turismo, que nos sorprendió en su interior con una sala de exposiciones sobre la ciudad y sus monumentos de acceso libre. No es mala idea ya que de allí nos vamos con una idea de lo que podemos y nos interesa ver.


El castillo y su torreón fue la primera parada, exterior. Se empezaron a construir en el siglo XIV y si se pueden visitar, no conseguimos saberlo. Más tarde intentamos recorrer las murallas en otro punto de la ciudad, pero el acceso estaba cerrado porque hace unos meses había habido un desprendimiento y está todavía pendiente de reparación.


Realmente, después de tanta actividad en estas semanas no nos importa prescindir de la visita a algún monumento. Empiezan a amontonarse en nuestras cabezas, pero lo cierto es que si son accesibles rara vez desperdiciamos la ocasión.


Y de todas formas, ver la calles de Dinan, recorrerlas, es un placer sencillo y muy gratificante. Intentamos visitar y hacer una última compra en el mercado que, oh casualidad! , los miércoles cierra.


Incluidas alguna casa como la de la imagen, realmente espectacular.

Pero la enorme basílica de San Salvador es un lugar de visita obligada. Data del siglo XII y allí se entremezclan todos los estilos arquitectónicos, como suele ser habitual en templos cuya construcción se alargó durante siglos. Románico, gótico y barroco, y según leemos, el campanario, piramidal, se levantó en el siglo XVIII.


Nos pareció un  templo muy grande para esta población y poco después nos encontramos con una iglesia igualmente gigantesca, la de Saint Malo, también del siglo XII, gótico flamígero.



Por la tarde embarcamos en un barquito de turistas para hacer un tour por el río, en un entorno totalmente verde. El tramo forma parte del recorrido a Rennes, ciudad que se encuentra por río a 82 kilómetros, en los que hay que salvar nada menos que 47 esclusas.

Abadía de Saint Magloire, en los alrededores de Dinan

Pasamos junto a la abadía de Saint Magloire y también atravesamos una esclusa, algo que siempre nos trae recuerdos de los canales del Midi y el  Loira. El capitán va comentando el paseo en francés, pero nos dieron unos folios con su traducción al castellano. Fue un detalle ya que la iniciativa fue del personal. En ellos se cuenta el origen del canal y como hasta el desarrollo de la tecnología los barcos se movían con tracción animal por un camino de sirga. Y que si por algún motivo el encargado perdía al animal (a veces se caían al canal y se ahogaban), era la mujer del esclusero la encargada de arrastrarlo hasta que tuviera fondos para conseguir otra bestia de tiro.


Y a la ida y de regreso pasamos bajo los dos puentes tan distintos de esta población.


Y con este paseo, y el regreso al camping, de nuevo por la entrañable calle Jerzual, donde hay varias galerías de arte,  


y la basílica de San Salvador, en el llamado parque inglés.


pusimos punto final a la excursión. Al día siguiente, avanzando ya hacia España, saldríamos para Futuroscope, en Poitiers, para una visita vespertina y a continuación, retorno a casita.

Señalar que este día almorzamos en una plaza céntrica, junto al Ayuntamiento en Le Comptoir, un menú de los de aquí, en los que te ofrecen entrada, plato y postre a un precio (sobre 19 euros sin bebida, aunque siempre te dan agua del grifo gratis y sin problema alguno), pero que se pueden quedar en 15 eliminando uno de los tres platos, a gusto del cliente. En Le Comptoir el menú de dos platos era algo más barato, 13,5 euros. Lo cierto es que comimos bien, como la mayoría de los días. En ese aspecto, nada que objetar. Previamente habíamos visitado una fromagerie para hacernos con unos quesos bastante especiales que nos permitieron hacer una pequeña desgustación. 


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