viernes, 3 de junio de 2022

(3) Tres joyitas normandas: Veules-les-Roses, Etretat y Honfleur

VEULES LES ROSES

La existencia de un camping en Veules-Les-Roses, Les Mouettes, donde pudimos reservar (estábamos en medio de un puente festivo) nos encaminó a esta villa. Y para llegar a ella atravesamos el majestuoso puente de Normandía que salva el estuario del río Sena en El Havre, del que hablaremos más adelante.

Solo apuntar que en el momento de su inauguración era el puente atirantado con el mayor vano del mundo (856 metros). Eso ocurría en 1995.


En Veules nos instalamos a pocos metros del acantilado en cuyo lateral se encuentra esta encantadora y minúscula población, que no llega al millar de habitantes. El camping estaba a tope, sobre todo por el desembarco de muchísimos ingleses que optaron por celebrar en esta zona del norte de Francia los setenta años en el trono de su soberana. Eso significó dos días festivos seguidos que, unidos al fin de semana, configuraron un puente totalmente inédito para los británicos.
En el mirador cercano al camping encontramos restos de la guerra mundial y un sinfín de coches aparcados aprovechando la vista y la facilidad de acceso al centro del pueblo, abarrotado de gente en esa tarde de sábado.

Se trata de una costa de imponente acantilados calcáreos. En algún tramo estas paredes nada pétreas se ha hundido y allí el hombre ha colocado un asentamiento, caso de Veules, caso de Etretat. Y de vez en cuando, este material un tanto frágil compone atractivas figuras naturales, grutas, oquedades.

En total, son 140 kilómetros de acantilados que han configurado una maravilla que se conoce como Costa de Alabastro.

Un sendero bastante sencillo permite bajar del acantilado a Veules, y por allí descendimos.


Desde la playa, en modo bajamar en ese momento, nos dimos un paseo bajo estos farallones que en francés se denominan falaises. Un paisaje espectacular.


Pero si espectacular el entorno, el pueblito nos pareció un lugar de cuento. De entrada, por ser titular del conocido como río más pequeño de Francia (¡1.100 metros!) que, obviamente, nace en las afueras del pueblo y ya en su casco urbano es un regato canalizado entre casas conformando un entorno de postal.


El tramo de playa frente al pueblo (el resto son acantilados a ambos lados) cuenta con un paseo marítimo con casetas de baño. 



Un muelle de madera permite accede al agua con marea alta, que no era el caso el día que allí estuvimos.


Casi encima de estas casetas hay una oquedad en el acantilado donde al parecer Víctor Hugo, asiduo de Veules, acostumbraba a contemplar los atardeceres.


El callejeo por el pueblo nos deparó un conjunto de casas y edificios muy atractivos, la iglesia de San Martín, inicialmente originaria del siglo XI y que sufrido destrucciones y recuperaciones desde entonces y está catalogada, y unas cuantas tiendas y restaurantes encantadores. Tras dar una vuelta, decidimos que al día siguiente dedicaríamos la jornada a seguir una ruta que acompaña el curso de su pequeño río, aunque, dado su exiguo tamaño, la cosa prometía no durar mucho.


Ya en faena en la jornada posterior, nos lo tomamos con calma al tratarse de un río tan limitado de tamaño. Comprobamos que subsisten en su curso enormes ruedas de molino y también maravillosas casas que lucen tejados de paja perfectamente mantenidos.


Como preveíamos, pese a ir con calma no tardamos en llegar a las fuentes subterráneas donde nace el río, rodeadas de varias y extensas praderas de agua con plantas acuáticas parecidas al berro. 


A fin de aprovechar el día, decidimos hacer una caminata por el exterior del pueblo. 


Una vez alcanzado el nivel superior de los acantilados, nos encontramos con grandes extensiones de cultivos de cereal, colza, de lino, acelgas, muy variado. Al tratarse de un día mayormente nublado, el sol no nos causó molestias.


En determinado momento tuvimos que utilizar una parada de autobús para refugiarnos de la lluvia, pero fue poco más que una anécdota.


No había muchas casas rurales, pero una de las pocas que vimos exhibía un portalón metálico versallesco ya que se trataba de un auténtico casoplón.


El recorrido fue más o menos semicircular, con un total de 12 kilómetros. Llegados a la costa nos tomamos un pequeño tentempié en la terraza de un restaurante abarrotado en Sotteville sur Mer. 


Poco después encontramos una enorme escalinata, más de 200 peldaños, que en un junio de 1940 permitió a un contingente de soldados escoceses bajar a la playa y ser reembarcados en dirección al Reino Unido. Así pudieron escapar de los nazis y evitar su captura.


De esta forma transcurrió un agradable día que concluyó regresando a Veules por la cumbre de los acantilados, guardando en nuestra memoria la existencia de un pueblo que sin duda justifica una parada en Normandía.

ETRETAT

Tras esta grata jornada arribamos a Etretat en la misma situación que dos días antes en Veules, desconociéndolo casi todo. Sin embargo, una vez que nos acercamos al litoral y vimos los acantilados, estuvimos seguros de conocerlos. Previamente habíamos parado en Saint Valery en Coux, primo hermano de Veules, esto es, otra localidad encajada en un hueco de los acantilados. 


No es un lugar espectacular pero sí interesante, y con un gran puerto deportivo. Y una mañana de lunes, con casi todos los locales cerrados.    


Lo primero, como siempre, fue instalarnos en el camping que, una vez más, tenía parcelas amplias y agradables. En este caso se trataba de una instalación municipal, sencilla pero agradable y bastante cerca del centro.


A continuación, paseíto al pueblo. Resultó bien, aunque sin llegar al nivel de Veules. Y una vez en la playa, la sorpresa: unos acantilados en los que la acción de la erosión había configurado unas puertas que hacían el paisaje diferente a cualquier otro.


Posiblemente esta sea la puerta más famosa de todas, conocida como la Porte D'Aval-L'Aiguille, que puede contemplarse desde ambos lados del acantilado.


Para ello no hay más que subir por el sendero de los Aduaneros (Sentier des Douaniers) y desde el otro lado admirar el paisaje. Se ve la aguja a la perfección y también la puerta. Además de no haber pérdida, la fila de paseantes es prácticamente constante pese a lo empinado de la ruta.


Se considera Etretat como el lugar más impactante de la costa del Alabastro y punto obligado para el turista.


Además del litoral y las puertas, los alrededores del pueblo son un placer.


Y la vista del entorno de la aguja, un encanto.


Por supuesto, hay numerosas indicaciones reclamando prudencia para evitar accidentes, pero en los meses anteriores a nuestra visita hubo al  menos dos mortales. Todo por el empeño en obtener el mejor selfie más allá del límite.

Junto a los acantilados existe un campo de golf de 18 hoyos

Posiblemente este lugar casi mágico sea aún más conocido gracias a Monet, que lo incluyó en numerosas obras, pero también estuvieron por aquí pintores como Delacroix o Matisse.

Mar Bravo, de Monet

La aguja mide 51 metros, pero a mediados del siglo pasado tenía 70

Además. este lugar es el protagonista de una novela de Maurice Leblanc, Arsenio Lupin y la aguja hueca, en cuyo interior estaría escondido el tesoro de los reyes de Francia.


Nuestra visita a Etretat fue corta,  pero al día siguiente nos fuimos con la sensación de haber conocido una maravilla de la naturaleza. En otro plano, cenamos en la céntrica la Taverna des deux Agustins; tomamos en el exterior (protegidos del viento por un cristal a media altura) moules (mejillones) y galettes, que son como crepes de trigo sarraceno típicas de toda esta zona. No estuvo mal; con los moules, que los ofrecen por todas partes, repetiríamos. Son infinitamente más pequeños que los gallegos, pero tienen un gran éxito y los preparan son salsas bastante peculiares.


En el pueblo se mostraban imágenes de lo que había sido el Etretat de entreguerras y como se había visto afectado por la Segunda Guerra Mundial. En la  foto  a continuación se refleja el antes de la fachada marítima.



Y en la siguiente el después. 



HONFLEUR

El punto final de esta trilogía de pequeñas pero interesantes localidades costeras normandas fue Honfleur, una población histórica con unos 9.000 habitantes en la actualidad, justos los mismo que hace 200 años, momento en el que eso suponía ser una ciudad potente.



Es un sitio bonito, con un puerto atractivo (que también pintó Monet, entre otros) al que se accede desde el estuario del Sena mediante una compuerta, y tiene un centro histórico empedrado plagado de galerías de arte, tiendas de antigüedades y lugares de cultura, algo que descubrimos sobre la marcha. Y sorprende.

Honfleur, también pintado por Monet

Numerosos pintores trabajaron en sus estudios en el casco histórico de Honfleur.


Sin duda alguna, su monumento más representativo es Santa Catalina, considerada la iglesia más grande de Francia construida en madera.


Desde fuera no parece un recinto religioso, asemejándose más a un mercado o similar. Pero una vez dentro se aparece una iglesia, aunque la madera le confiere una apariencia digamos diferente, muy distinta a las habituales en piedra.


Además, el campanario está separado, y bastante, del resto del templo. Se levantó en una segunda etapa (lo mismo que las naves laterales de la iglesia) y a distancia ya que atrae los rayos en caso de tormenta. 



El diseño de los techos los asemeja a quillas de barco al revés. 
La parte más antigua se levantó en el siglo XV y los pilares de la nave y los pasillos son de longitud desigual, pues en esa época ya no había troncos de roble suficientemente largos. 


Además de ser una ciudad interesante, a finales del siglo pasado se le añadió otro atractivo como es el puente de Normandía, que cruza el estuario del Sena en dirección a la vecina El Havre, a muy poca distancia. Existen excursiones en barco para verlo desde el cauce y nos apuntamos a una de ellas.

Esclusa que conecta el puerto con el estuario del Sena


Desde la embarcación nos acercamos al puente y pasamos debajo de él. Es una construcción impresionante: 2.150 metros de longitud, tiene carriles para vehículos (4), bicicletas (2) y aceras peatonales (2) y levanta 59 metros sobre el río. Su construcción duró siete años.


De regreso de la excursión náutica, callejeamos por la villa, descubrimos en una placa en el puerto que de allí partió el fundador de la ciudad de Quebec. Se trata de Simón de Champlain.


Comprobamos, por la batería de restaurantes y similares en la zona portuaria, que es un lugar muy visitado por los turistas.


La de Santa Catalina no es la única iglesia notable, aunque la de la imagen, en el frente marítimo, ha quedado encajonada.



Nos llamaron especialmente la atención unas curiosísimas esculturas, casi milagrosas por su falta de continuidad. 


También este mural que recoge personalidades que han tenido que ver con Honfleur y que la quisieron. Autopromoción, pero de lo más lícita. Creo que no figuraba en la lista Brigitte, la mujer del  presidente Macron, que tiene una mansión por aquí. Desde luego, el turismo es de nivel, nos pareció, y en el paseo nos encontramos con tres hoteles de cinco estrellas.

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