martes, 7 de junio de 2022

(1) Por Biarritz y la isla de Ré

Saliendo de Nigrán, en la periferia de Vigo, y teniendo como destino Bretaña y Normandía, forzosamente hay que atravesar el noroeste peninsular y el oeste de Francia. A diferencia de otros viajes, los cuatro excursionistas decidimos esta vez hacer sendas paradas para conocer la histórica localidad de veraneo y una isla muy en boga en Francia desde que tiempo atrás la descubrieron los parisinos, según cuentan.

Instalándonos en el camping de Biarritz

Nuestro medio de transporte fue una moderna autocaravana propiedad de una de las parejas, lo que implicaba un cierto reto: amplia experiencia frente a desconocimiento casi total de este sistema de viaje. No desvelo el desenlace pero sí apunto desde ya que la compenetración fue general; los unos querían aprender y adquirir soltura y del otro lado resultaron profesores vocacionales.

Aspecto de una playa de Biarritz en lo que fue una jornada ventosa y a ratos soleada, pero sin la lluvia pronosticada
 
Así que de una tiradita, a la que dedicamos la jornada del domingo 22 de mayo, nos plantamos en un camping de Biarritz. La jornada anterior habíamos resuelto las cuestiones de intendencia (gasolina, víveres, preparación de la caravana-hotel) y ya dormimos juntos para madrugar convenientemente. Son las desventajas de vivir en un extremo de la península y llegamos algo cansados, claro. Llegamos a un camping de Biarritz pasadas las cinco de la tarde pero ya nos salimos y disfrutamos de un baño en la piscina cubierta para relajarnos. Íbamos a dedicar la siguiente jornada a conocer la villa.


El litoral biarricense (suponiendo que se diga así, que seguro que no) es literalmente chulo y muy fotogénico.


Como decidimos ir andando desde el camping, bastante próximo al casco urbano, fuimos conociendo su litoral mientras paseábamos.

En algunos puntos es claramente espectacular y más con oleaje.

Era un lunes anodino de mayo, sin más, pero encontramos bastante gente callejeando como nosotros.

Puente de Eiffel y Virgen de la Roca, uno de los lugares más visitados de la villa

En algún momento tuvimos la sensación de estar en San Sebastián, que por cierto no está muy lejos y menos por mar.

Vista del puerto pesquero y de la iglesia de Santa Eugenia

Hotel du Palais, un palacio que hizo construir la emperatriz Eugenia, mujer de Napoleón III en 1854

Su pasado como lugar de veraneo chic desde mediados del siglo XIX es fácilmente deducible al ver edificios y hoteles de época. Allí eran habituales en su tiempo personajes como los duques de Windsor y el escritor Víctor Hugo consideraba que "no había un lugar más agradable y perfecto".

La Grand Plage con el famoso edificio del Casino

Con este convencimiento, su temor es que se pusiera de moda, como así ocurrió. 
En cualquier caso, también exhibe concesiones al desarrollismo residencial y turístico. Sus dos playas principales responden a una congruente toponimia: Grand Plage y Petit Plage. 


En la foto anterior, que se corresponde con la pequeña, se ven unas cabecitas de alguno de los varios grupos de mujeres, nadadoras con aletas todas ellas, que desafiaban el oleaje y el fresco ambiental y que por su aspecto parecían hacerlo habitualmente.


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Disfrutando de un día en el que fallaron los pronósticos insistentes de lluvia, para nuestra suerte, proseguimos nuestro callejeo.

El surf concentra muchos seguidores en Biarritz

Nuestra jornada incluyó una visita al mercado (algo que nunca olvidamos), que nos gustó, y tratamos de llegar al faro, pero los desniveles y la interrupción del paseo marítimo un tramo antes nos lo impidió. Almorzamos al aire libre en una linda y céntrica plaza junto a la iglesia de Santa Eugenia (un plato muy rico y unos chipirones horribles).

En una terraza de esta plaza comimos.

En la cripta de la iglesia encontramos una exposición sobre art-decó y el estilo arquitectónico neobasque, interesante, que nos permitió conocer las villas construidas en los dos siglos anteriores.

La partida de rummikub a última hora de la tarde se convirtió en una (agradable) rutina

Al día siguiente, después de levantarnos en medio de la lluvia, nos dirigimos a la siguiente parada, la isla de Ré, unos 400 kilómetros con la pega de que es preciso circunvalar una gran ciudad como Burdeos. Sufrimos algunos atascos ("bouchon" en francés) y colas de camiones, además de por el  tráfico por un accidente.

La isla de Ré eran tres islotes que la mano del hombre y la imparable sedimentación unieron

Se sabe que la isla de Ré eran tres islas separadas en la época romana, pero la confluencia de la actividad humana (creación de enormes salinas) y la sedimentación natural en una zona muy arenosa la convirtieron en una sola. Es totalmente plana y mide 30 kilómetros de longitud por solo 5 en su zona más ancha. Precisamente por su topografía, son miles los ciclistas que la recorren habitualmente por senderos especialmente preparados para ello.

Cuenta con enormes y kilométricos arenales, que son uno de sus atractivos y desde luego su seña de identidad así como su monocorde, armonioso y liviano estilo constructivo en el que pocas cosas destacan. Una vez instalados en el camping de Les Amis de la Plage, pegadito a la playa, dimos  nuestro primer paseo hasta el pueblo. 

La playa, casi infinita, fue un buen comienzo para conocer la isla

Sin embargo, lo que atrae a sus visitantes, que son legión, son su clima templado y sus horas de sol, que según algunos alcanza los niveles de la Costa Azul, aunque la brisa refresca el ambiente.


Su población fija son casi 20.000 personas pero la flotante multiplica los residentes por diez en las épocas vacacionales.

Este edificio alberga el consejo municipal y sirve de escenario a las numerosísimas bodas que se celebran en la isla todo el año.

Obviamente, vive principalmente del turismo y está llena de instalaciones hoteleras, hosteleras y comercios y en general de servicios al visitante, de manera muy especial alquileres de bicicletas, el medio de transporte por excelencia. En este primer paseo fuimos andando al pueblecito de Le Bois a la Plage, muy agradable. Al día siguiente nos sorprendió ver todo el centro del pueblo completamente atestado por un gigantesco mercadillo semanal.

Imponente muestrario de especias en el mercado

A la isla se llega por un puente (¡de peaje!) de 2,9 kilómetros (1988), que viniendo de Galicia nos recordó el que une al continente la isla de Arousa (1985), en este caso un poco más pequeño pero de uso libre. Posiblemente el pago sea una manera de evitar que la isla reviente de gente. Enfrente de Ré se encuentra la ciudad portuaria de La Rochelle, de unos 80.000 habitantes, que no pisamos. En un viaje hay que elegir y le tocó quedar fuera.

Vial solo para bicicletas con un carril en cada sentido

Como en Biarritz, el día siguiente lo pasamos deambulando por la isla. Ya sabíamos que el tránsito de bicis es enorme y lo cierto es que aparecen por todos lados y en grandes bandadas.


Aunque vive del turismo, vimos algunas plantaciones de vid y de otros cultivos.

Una de las puertas de entrada a San Martin de Ré, con puente levadizo y foso

Decidimos ignorar las bicicletas y patear la isla en la medida de lo posible. Para ello fuimos andando a San Martín de Ré, la capital, situada justo del otro lado de la isla en que se ubica nuestro camping, a unos cuatro kilómetros. Es una ciudad con historia y, ¡cómo no! fortificada por Vauban a finales del siglo XVII, arquitecto militar que lo debió fortificar todo en la Francia de su época. Aquí estableció un doble anillo defensivo y durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial se instalaron numerosos bunkers para evitar una invasión aliada. Una parte de las murallas puede recorrerse y las recorrimos. En épocas posteriores el recinto sería una prisión.


San Martin es la capital y la mayor ciudad de la isla, aunque hay una decena de poblaciones. Empedrada en las zonas más antiguos, cuenta con edificios históricos e iglesias.


Pero lo más llamativo es su gran puerto deportivo, circular y con una especie de isla en el medio.



Era un día entre semana pero las amplias avenidas peatonales junto al puerto y las callejas aledañas estaban atestadas, los restaurantes llenos y las tiendas con abundancia de clientes.


Almorzamos en un restaurante , Au Pot d'Etain, que no estuvo mal, a base de galettes bretonas, poke y calamares.

Entrada a un aparcamiento vetado a las autocaravanas; los veríamos por todos los lados en el viaje

De regreso al camping paramos en un hipermercado que encontramos para comprar solo un par de cosas. Al salir nos revisaron las mochilas a todos pues les extrañó que cuatro personas fueran a realizar una compra tan mínima. Nos pasaría más veces. Sin problema.


Volvimos a atravesar la isla para regresar al camping, esta vez campo a través, y así descubrimos que los caminos están para algo. Por resumir, diremos que se nos complicó un poco la cosa pese a ser una isla plana y estrecha, ya que fuimos por un bosque que nos embrujó. Nos vimos en la obligación de preguntar en un recinto hípico y resolvimos, aunque los kilómetros a recorrer se multiplicaron.

El atardecer añadía belleza a este imponente arenal

Al final, llegamos a la costa bastante alejados del camping y recorrimos el arenal al atardecer. Una gozada.


Ya en casa, nos instalamos cómodamente para despedir el día y cenar. Decidimos también alargar un poco la estancia en la isla a la mañana del día siguiente, ya que hasta Rennes íbamos a emplear menos de cuatro horas y disponíamos de margen.


De mañana nos fuimos a conocer el faro de las Ballenas, obra de mitad del siglo XIX realmente llamativa.


Con 57 metros de altura, es uno de los mayores de Europa y supuestamente la luz que emite se puede ver en ocasiones a 50 kilómetros de distancia.


Para disfrutar la vista que se aprecia en estas imágenes hay que previamente superar 257 escalones y abonar una entrada. 


Delante del faro se encuentra la torre de las Ballenas, que diseñó dos siglos antes el ya mentado Vauban, en este caso con finalidades defensivas.


Desde el faro se aprecian estas extensiones llanas con un bordillo que supusimos eran antiguas salinas, pero nos equivocábamos. La salinas se encuentran en el lado noroeste de la isla y en el mapa se aprecia como han sido claves para convertir en una tres islas separadas.

El boom isleño de bicicletas es una realidad palpable, aquí en el puerto de Ars en Ré

De camino al puente para retornar a la Francia continental (para salir no hubo que pagar peaje) paramos en Ars en Ré que cuenta también con un importante puerto.


Es igualmente una población agradable, como las ya mencionadas, y todas parecen cortadas por un patrón muy similar.

Ars en una foto antigua sin datar

En Ré veranean personajes conocidos y uno de ellos es el exprimer ministro socialista Lionel Jospin, concretamente en este pueblo de Ars.


Antes de despedir Ré paramos para realizar esta curiosa fotografía de un viñedo con los espacios libres colonizados por amapolas.

lunes, 6 de junio de 2022

(2) Casas de madera y rosas en Rennes

Llegamos a la capital de Bretaña, una ciudad con notables paralelismos con el Vigo del que procedemos algunos de los viajeros (población, fábrica de Citröen, universidad), con la finalidad de pasar allí un par de días y prepararnos para desembarcar en Normandía. Allí reside desde hace décadas nuestro familiar Guillermo, cuya vivienda, que comparte con su marido Philipe, se convirtió en la base de operaciones del grupo que disfrutamos de su generosa hospitalidad.

Cenando en Rennes en casa de Guillermo y Philipe.

De hecho, la idea de visitar la isla de Ré había sido de ellos y fue sin duda un acierto. Así que a media tarde del día de la Ascensión, festivo en todo el país (y parte del extranjero) y comienzo de un largo puente para numerosos franceses, estacionábamos nuestro flamante vehículo-vivienda frente a la casa de Philipe y Guillermo. Además de ellos, nos recibieron calurosamente sus dos mascotas, Ramón, el gato, y Suzy, la basset hound.

Esa tarde nos quedamos en su tranquila urbanización, situada en la periferia de Rennes, y reservamos las energías para el día siguiente, jornada en al que ellos nos acompañarían a recorrer la ciudad. No obstante, dos de los viajeros ya habían estado allí anteriormente.

Sede del antiguo Parlamento de Bretaña

La visita comenzó en la plaza donde se ubica el antiguo Parlamento de Bretaña, actualmente sede del Tribunal Superior. Entre otros motivos, porque en un país centralista como Francia no hay parlamentos regionales. De hecho, cumplió esta función durante algo más de dos siglos, hasta que la Revolución Francesa los eliminó.

A no demasiada distancia se encuentra la piscina de Saint Georges, inaugurada hace casi un siglo (1926) y que sigue cumpliendo dicho cometido a unos precios super asequibles para todos los ciudadanos. Es ya un emblema de Rennes y de hecho se va allí a nadar... y también a visitarla para admirar su atractivo diseño art-decó, tanto que fue declarada monumento histórico en 2016. Así que entramos sin problemas en la sorprendente instalación que conserva intacta su funcionalidad original.

Su construcción  no estuvo exenta de polémica debido a su coste y que hace un siglo gran parte de la población no entendía la finalidad y los beneficios que podría ofrecer una instalación deportiva, que no higiénica. Por ello, una vez inaugurada muchos se extrañaban de la obligación de ducharse antes de acceder al vaso.

Interior de la impresionante piscina en una foto de la Oficina de Turismo. Las puertas en los laterales del vaso son las cabinas de los bañistas

Allí, además de los mosaicos y del diseño, llaman la atención los vestuarios individuales llegando hasta el mismo vaso. Un dato a tener en cuenta es que cuando se construyó únicamente había 16 piscinas cubiertas en Francia y está se situó en el solar de una  iglesia en ruinas.

A poca distancia y con el mismo nombre, se construyó el Palacio de Saint Georges, un inmenso edificio edificado sobre una antigua abadía benedictina, y de hecho en su fachada lleva el nombre de una abadesa de la orden de finales del XVII. En 1929 fue destruido parcialmente por un incendio y actualmente los utiliza el Ayuntamiento como sede de algunos servicios municipales.

Casi tan atractivo o más que el inmueble es un agradable jardín francés siempre muy concurrido situado en la parte frontal.

Pero si por algo es conocida la ciudad de Rennes es por su importante patrimonio de casas de madera, de las que están catalogadas 370, la cifra mayor de las ciudades bretonas.

Una gran parte de este patrimonio está bien conservado, pero ni mucho menos todo.


La explicación de la abundancia de estas construcciones es simple: la madera abundaba y estaba a mano. Hubo que esperar a que los canales de navegación facilitaran la llegada de la piedra para que se abandonara este sistema.


Claro está, la madera también tenía el riesgo de los incendios, tan frecuentes en todas las ciudades y que hizo desaparecer barrios enteros. El auge de estas construcciones se mantuvo entre los siglos XIV y XVIII.

Nuestro agradable paseo matutino por Rennes disfrutando de su historia no nos impidió localizar este curioso urinario, situado en la explanada de un parque a la vista de los paseantes. Sin que hubiera que insistir, dos figurantes dieron una demostración (teórica) de su funcionamiento pese a que carecía de instrucciones de uso.


Aunque destacan sus vetustas casas de madera, en Rennes hay innumerables edificios de piedra y calles adoquinadas en su centro histórico.


En la ciudad se han salvado algunos restos de sus murallas, como sus conocidas puertas Mordelaises, construida sobre otra puerta más antigua. La historia de sus defensas se remonta en la historia a los galo-romanos y sufrió numerosas vicisitudes.

Edificio de la Ópera de Rennes, frente al Ayuntamiento

La plaza flanqueada por la Ópera y el Ayuntamiento es una de las mayores de la urbe y la sede operística fue inaugurada en 1836. Es una de las más pequeñas de Francia, cuenta solamente con 642 localidades. Quizás por ello, desde 2009, y cada dos años, se ofrece el Open Air Opera, una retransmisión en la plaza que pueden seguir varios miles de personas.


Nuestro tour guiado por Rennes concluyó en el parque Thabor, un maravilloso recinto ajardinado de diez hectáreas que anteriormente fue jardín de los monjes benedictinos de Saint Melaine. Existen distintas zonas, incluido un jardín francés, un jardín inglés, una cueva y un quiosco de música.


Pero posiblemente sea su rosaleda lo que más sorprende al visitante. Dispuesta en círculos concéntricos y con una pared lineal exterior, cuenta con más de 2.000 variedades y es labor imposible memorizar siquiera parte de la lista inagotable de nombres.


Imaginamos que un jardín de rosas de este volumen y el conjunto del recinto deben precisar una enorme plantilla de operarios y jardineros.


Pero como vimos en otros lugares, el parque es de uso público, pero ni mucho menos está abierto 24 horas. Tiene horario (cierra a las 20:30 en verano y dos horas antes en invierno) y los perros deben ir sujetos. En esto se puede decir que es casi aperturista, ya que días después vimos un parque en Dinan donde se prohíbe el acceso de perros aunque vayan con correa.

Aspecto del concurrido mercado sabatino de Rennes

Al día siguiente teníamos previsto salir de mañana para Normandía e iniciar nuestro tour por las playas del desembarco de ídem, pero nuestros anfitriones nos convencieron, sin que hiciera falta mucho esfuerzo, para retrasar la salida y conocer el mercado de los sábados. Allí fuimos a primera hora de la mañana, recorrimos sus dos edificios y las docenas de puestos al aire libre. Cantidad de productos frescos, pescados, frutas, verduras, quesos, plantas..... quedamos maravillados de su calidad y variedad y pasamos un rato muy agradable . Se entiende que sea un recinto al gusto de los vecinos de la ciudad, que todos los sábados acuden masivamente a aprovisionarse de un poco de todo.


Cena de despedida con Guillermo y Philipe la tarde anterior a nuestra partida

Fueron dos días estupendos, en familia, y aprovechamos para recibir consejos varios para encarrilar la visita a Normandía. 

Después, ya en la carretera, pensábamos hacer escala en Rouen, pero el cámping estaba completo y fuimos directos a Veules-Les- Roses, pequeña población de la que lo ignorábamos todo, incluida su propia existencia, y que fue una muy interesante sorpresa.